Prédica: La paz del justo y la agitación de los espíritus contrarios
Cuando un alma vive en gracia, de Dios. Esa alma irradia una paz que no proviene del mundo, sino del Espíritu Santo. Es una paz silenciosa, firme, serena; una presencia que ordena el ambiente y revela lo que está oculto.
Pero esa paz, que es don de Dios, incomoda a los espíritus contrarios. Donde hay confusión, mentira o impureza, la gracia de un alma fiel produce desasosiego. Y cuando una persona de fe llega a un nuevo lugar, muchas veces quienes la rodean comienzan a cambiar de ánimo sin entender por qué: se irritan, se vuelven fríos, o sienten rechazo sin motivo. No es algo psicológico: es espiritual.
El enemigo no soporta la presencia de una criatura que ama a Dios, porque esa presencia lo hiere. El alma que ora, el alma que bendice, el alma que guarda silencio antes que murmurar, es un recordatorio del Reino que el demonio perdió para siempre. Por eso agita a los más débiles, hace que surjan discusiones pequeñas, malentendidos, cansancio o tristeza.
A veces, incluso los lugares están marcados por antiguas presencias o por pecados cometidos en ellos: supersticiones, objetos mal empleados, palabras dichas contra Dios. Y cuando entra en esa casa una persona en gracia, esa presencia sagrada despierta la oposición espiritual. No es castigo; es combate.
Mas el cristiano no debe temer. La paz de Cristo es más fuerte que cualquier sombra. Quien vive en estado de gracia, se confiesa, comulga y ora, es un muro que ninguna fuerza puede derribar.
Por eso, cuando percibas que la gente a tu alrededor cambia, que el ambiente se tensa o que hay desánimo sin causa, no caigas en el temor ni en la tristeza. No discutas. No te rebajes al mismo nivel de la perturbación. Ora. Toma el Rosario, rocía agua bendita, y di con fe:
Jesucristo es el Señor de este hogar. Aquí solo reina Su paz.”
La bendición, la paciencia y la oración perseverante limpian el aire espiritual y cierran las puertas por donde el enemigo quiere entrar.
Mantén siempre contigo un signo de fe: una cruz, una medalla bendecida, un Rosario en el bolsillo. Y, sobre todo, lleva la fe en el corazón.
Porque el alma en gracia es como un templo vivo: donde ella está, Dios está. Y donde Dios está, el mal huye.